martes, 8 de noviembre de 2011

Viaje a NYC!

Martes, 4 de Octubre. A las 10 de la mañana me despedí de mi familia al completo en el aeropuerto de Loiu, y comenzaba mi aventura. Apenas 1 hora después llegaba a Madrid sola. ¿Qué hacer hasta las 17.20 que salía mi próximo vuelo con destino Nueva York JFK? La verdad es que tenía tiempo de bajar a Madrid, y con el día que hacía hubiese sido la mejor elección, pero como siempre, iba cargada de bolsas y con el portátil, así que opté por quedarme en Barajas, y como me recomendaron los operarios que trabajan allí, pasé el control. Allí estaba yo, en la terminal 2, 6 horas antes de que saliese mi vuelo. ¿Como sobrevive la gente tanto tiempo allí? Sin apenas ventanas, sin un lugar al que salir a tomar el aire, sin tiendas en las que distraerse, y con un par de sitios cutres para comer algo. Con lo alegre que soy yo y lo contenta que iba, efectivamente no tardé ni 30 minutos en deprimirme. ¡Cómo eché de menos las escalas en Barcelona! Además, todo el mundo iba en pareja y yo, sin más compañía que mi portátil. Así que opté por acercarme a la única tienda que había decente y me compré un libro que me ayudase a que el tiempo pasase lo más rápido posible. Malcomiendo en uno de los antros que había y vagando por la terminal sin un sitio fijo en el que esperar, a eso de las 16.00 pusieron en las pantallas la puerta correspondiente a mi vuelo y allí pude sentarme tranquila y sumergirme en mi lectura.

Todo mejoró al montarme en el avión, aunque no sin un pequeño contratiempo, fundamental para un vuelo de 7 horas. ¡¡¡MI PANTALLA ESTABA ROTA!!! Tras 30 minutos desesperada, tocando los botones y dando la lata a la azafata, me cambiaron de sitio. Un par de películas, buena música, un libro entretenido y una cabezadita después, mi avión aterrizó llegando a los Estados Unidos, y empezaron las colas. Cuando desembarcamos, entre que íbamos adormilados, y que los pasillos eran estrechos, nos dirigimos a las aduanas en fila india, como borreguillos. A la vez, llegó un vuelo procedente de Italia, así que la espera fue de lo más entretenida, escuchando como las señoras mayores llevaban el embutido en la maleta, y preguntándose que poner en el papelito que te hacen rellenar para entrar al país. El caso es que si llego a saber lo fácil que es meter el jamón en el país... no me lo pienso dos veces. Lástima que sea una cagueta y a última hora lo sacase de entre mi ropa.

Cogí la maleta sin ningún problema y me dirigí a la salida a duras penas. ¡No recordaba que mi equipaje pesase tanto! Tras un par de tropezones llegué a la salida y me abordó un chico preguntándome si necesitaba un taxi para ir a la ciudad por 60$. Cómo eran las 21.30 y en la calle no se veían los típicos coches amarillos, le dije que sí. Al momento me cogió la maleta y recuperé la sonrisa, hasta que salimos a la calle y el hombre, vestido de traje, se dirigió a un coche grande y negro. Ahí me acojoné un poquito. Pero al entrar al vehículo y ver su amplitud, y unos papeles situados en la parte delantera me quedé más tranquila, y me di cuenta de que se trataba de una limusina. Su conductor era de Egipto y me hizo de guía turístico. En cuanto llegamos a uno de los puentes que cruzan el río Hudson para ir a Manhattan, mi boca se abrió y no fui capaz de cerrarla hasta que llegué a casa, a pesar de que esas vistas las he visto un millón de veces en las películas. Si la ciudad de los rascacielos impresiona ya de por sí, no os lo podéis imaginar verla por primera vez de noche. El conductor me dijo que esa también fue su reacción cuando vino a la ciudad.

Tras 35 minutos de viaje, me dejó en casa de mi amiga, donde me iba a quedar mi primer mes en la ciudad.   Al entrar en el hall del edificio seguí con la boca abierta. Me recordaba a la entrada de un gran hotel, con dos porteros, un recepcionista, un espacio muy amplio y luminoso, rodeado de espejos que lo hacían aun más grande. En el momento en el que empezaba a asimilar que ya no me encontraba en mi pequeña y segura ciudad, apareció Flavia, con una sonrisa de oreja a oreja que me tranquilizó. Tras unas horas poniéndonos al día, caí rendida en la cama, con una sensación de felicidad que tras poco más de un mes en este país, aun mantengo.

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