sábado, 12 de noviembre de 2011

Taxis

Si ayer hablaba del Subway, hoy toca mencionar el otro medio de transporte que utilizan los neoyorquinos. Los taxis. Los públicos son los típicos amarillos, que estamos hartos de ver en todas las películas y se encuentran por todas partes.

Son la mejor forma de llegar de una parte a otra de la ciudad lo más rápido posible, sin necesidad de hacer transbordos en el metro o de caminar. Además, su precio es bastante económico, estando al alcance de todo el mundo.



Lo primero que hay que hacer es encontrar uno libre. Para ello lo mejor es situarse  al borde de la acera, preferiblemente en una esquina y extender el brazo a la espera de que alguno pare. Pero no siempre es tan fácil, puesto que en cuanto caen dos gotas todo el mundo se abalanza para conseguir un vehículo amarillo, y la ciudad tiende al colapso. A las noches también suele ser complicado, ya que el uso del suburbano nocturno no es recomendable en ciertas áreas ya que algunas paradas pueden resultar peligrosas. En estos dos casos, puedes quedarte como la Estatua de la Libertad, con el brazo alzado, aguardando a que alguno se apiade de ti. Normalmente, los taxis libres llevan el cartel luminoso encendido, así son más fáciles de ver.

Una comodidad que ofrecen es el pago con tarjeta de crédito, ya que disponen de unas máquinas en la parte trasera para facilitar la transacción. Lo que no hay que olvidar es la propina, que suele ser entre 10-20%, dependiendo del trato recibido.



Una cosa que llama la atención es que apenas hay conductores estadounidenses. Esto te obliga a agudizar el oído para conseguir entenderles, ya que pueden ser de cualquier parte del mundo. Por ejemplo, el primer taxi que cogí para venir del aeropuerto a la ciudad, el hombre era egipcio. Se portó muy bien conmigo y me hizo de guía turístico, explicándome los edificios principales y las zonas por donde íbamos pasando. Además de darme ciertos consejos de como sobrevivir los primero días en la Gran Manzana. En otra ocasión, me sorprendió una gran chaparrada obligándome a tomar uno con urgencia. Nevaba, hacia frío y estaba calada hasta los huesos. Yo iba en busca de unas botas de agua, y el hombre, nepalí, condujo por medio Manhattan en busca de una tienda en concreto que finalmente no encontramos. Como estaba empezando a coger un resfriado me llevó a casa y me cobró sólo la mitad, porque dijo que no había encontrado lo que quería y que no me preocupase. Que me metiese a la cama, y que al día siguiente saliese a buscarlo con más calma. Evidentemente, la propina fue muy generosa, puesto que el hombre se portó muy bien conmigo.

Sin embargo, hay que tener cuidado con los taxis negros. Suelen ser limousines y pertenecen a un servicio privado. Cuando ven que los amarillos escasean y te ven esperando a uno, suelen ofrecerte sus servicios. No cuentan con taxímetro pero te dicen el precio de la carrera antes de montar. Si no estas de acuerdo les dices que no, y si se ponen pesados y no te interesa... un consejito: les dices que sólo puedes pagar con tarjeta de crédito, ya que únicamente aceptan cash.

Otra cosa que conviene saber antes de montarse, es que conducen como locos. Es la ley de la selva, ya que sobrevive el más fuerte. Así que los frenazos repentinos, los giros y adelantamientos bruscos, los insultos y las pitadas están a la orden del día.

Pero si eso os parece poco, para los que les gusten las emociones fuertes, recomiendo coger una bici-taxi. Yo lo hice con un amigo para ir por la 5º Avenida hasta el Empire State Building y os puedo asegurar que  hacía tiempo que no pasaba tanto miedo. Iba todo el rato mirándonos y de conversación con nosotros. Encima hablando de fútbol y del ¡Real Madrid! Frenaba a medio centímetro de los coches y adelantaba sin mirar. Pero no sé cómo, llegamos sanos y salvos a nuestro destino, donde nos esperaba una cola de casi 2 horas para subir al edificio más alto de la ciudad.

Resumiendo, los taxis son una buena alternativa para moverse por  Nueva York, incluso para llegar a ella desde el aeropuerto.

Saludos.

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